Soledades juntas

El vértigo que sentía, por la velocidad con que se sucedían los acontecimientos, era como el que sintió cuando saltó por aquel puente, con los pies amarrados a una cuerda elástica; sin embargo, el mantenimiento en el tiempo de aquella sensación, ahora obligada, transformaba el placentero viaje de unos segundos, voluntariamente elegido, en una angustiosa caída sin fin, en incertidumbre, en insomnio…

La mayor parte del tiempo andaba hecha un auténtico lío. Pensaba que debía hacer algo, pero no tenía nada claro qué era lo que tenía que hacer. Pensaba que merecía una explicación sobre lo que estaba sucediendo, pero nadie daba explicaciones: que la situación de la economía, que la realidad, que los mercados, que la crisis… Nada de explicaciones.

No estaba segura de qué era lo que le había ido robando su autoestima, su estabilidad, sus sueños, su trabajo… Ahora no tenía nada suyo, y, ahora, precisamente ahora, comprendía mejor a los que, hasta hace unos meses, había compadecido desde la distancia, desde la incomprensión, desde el saber que están ahí y no querer meterse en más profundidades.

 – ¿Qué vamos a hacer sin futuro? Se repetía una y otra vez, Ana Infante.

Desde hacía un par de semanas tenía un pensamiento recurrente que no la dejaba vivir. Se trataba del final de una fábula:

«cuando el rostro volvió

halló la respuesta viendo

que otro sabio iba cogiendo

las yerbas que el arrojó.»

Una fábula que consideraba de una vigencia que daba miedo y que ella se la aplicaba radicalmente y que le hacía sufrir, por un lado, y le empujaba a reaccionar, por otro; pero… ¿qué hacer?

 – ¡Yo, de sabia, «ni mijita«!

Una idea. Solo una idea tenía la claridad suficiente como para calmar el vértigo, interminable y angustioso, que se había instalado en ella desde que era consciente de su pertenencia a esa categoría de seres que no cuenta en la sociedad. Seres que, hasta hace unos meses, ella misma miraba con cierta indiferencia, lo que le provocaba un sentimiento desagradable que nunca supo definir.

Ahora, que ella era uno de esos seres apartados, la idea de luchar era nítida, la idea de curar aquella antigua herida le calmaba su actual sufrimiento; pero no encontraba qué es lo que podía hacer. Sola no era capaz de empezar nada. Y estaba sola. Rodeada de muchas miradas de indiferencia, pero sola.

Estaba decidida: tenía que poner todas las soledades juntas, y luchar.

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XXX

HOY NO SIENTO GANAS DE PASEAR

Hoy no siento ganas de pasear.

La tarde es gris, como la vida.

Hoy no quiero ver la gente caminar

con los ojos tristes…con su herida.

Mis ojos son ojos resentidos,

también mi vida.

Nací de la resignación -mi herida-

mamé resignación,

me educaron para la resignación.

Siempre la misma herida,

así es mi vida: Resignación.

Hoy no quiero hablar con nadie,

no quiero ver a nadie.

Solo, deseo pensar -muy seriamente-

en curar mi herida,

en salvar mi vida,

en luchar.

Tengo que tener mi vida.

¡A la calle!

Y no a pasear.

¡A buscar mi vida!

A luchar sin descanso

para cerrar heridas.

  • De ¡A la calle!

                                                             6.Nov-77

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