CUESTIONES DE ESTADO

1

No ve más allá del lugar que ocupa.

Se siente sólido en su posición.

Odia al líquido que se adapta 

y al gas que se expande.

 

2

No fue posible entrar en su pirómana cabeza.

¿Por qué eligió echar más leña al fuego

que amenazaba con destruir su fortaleza?

 

3

Dar amor es como la fuente

que, incluso sin que exista una presencia,

mana siempre sin esperar recompensa.

Sí, es posible amar a quien desprecia.

 

4

Quien lo que no necesita reclama,

tal vez no lo obtenga 

cuando le haga falta.

 

5

Es el mismo para todos.

Unos caminan,

otros se arrastran, 

obligados por sus circunstancias,

otros, 

privilegiados, 

vuelan…

 

Lo que tiene valor

es el camino,

no la manera 

de llegar a la meta.

 

6

Quien desprecia hoy,

puede ser que lo necesite mañana.

Reflexionemos

Los humanos tenemos, afortunadamente, nuestras diferencias y eso debería ser suficiente para que supiéramos ser comprensivos con nosotros mismos y con nuestros semejantes, para no exigir a nadie lo que nosotros no estamos dispuestos a realizar, para no hacerle a nadie lo que no nos gustaría que nadie hiciera con nosotros. Pero… ¿Por qué no es eso suficiente? ¿Por qué utilizamos las diferencias para tratar de colocarnos por encima de los que, en un determinado momento, ya no consideramos como nosotros? ¿Por qué no hay suficiente respeto para los que, por cualquier motivo, no consideramos iguales?

Reflexionemos un poco sobre los motivos de tanta discrepancia entre hombres y mujeres, creyentes y ateos, de izquierdas y de derechas, ricos y pobres… 

¿Verdaderamente hay motivos para llegar a la destrucción de vidas humanas por semejantes discrepancias? 

¿Qué dios, qué ley, qué sistema político, qué pensamiento filosófico, qué teoría económica da autorización a semejante sinsentido? 

Los espectadores

Continúo reflexionando sobre nosotros, los humanos. Seres capacitados para lo bueno y para lo malo. 

Capaces de magníficas creaciones, en potencia beneficiosas para todos, pero susceptibles, si se tercia, de ser utilizadas en beneficio de una ínfima minoría (aquella parte de la humanidad que suele autoproclamar su superioridad y trata de obtener ventaja ante cualquier competidor o intenta someter a los que considera de inferior categoría). 

Capaces también de destruir sus propias creaciones para liberarse de los sometimientos a los que se ven abocados por las vicisitudes de tantas y tantas manipulaciones.

Lamentablemente, existe una gran multitud de humanos que han sido preparados para sentirse incapaces. Casi todos los conocemos bien porque solemos pasar demasiado tiempo entre ellos: somos los espectadores.

Imperfectos y contradictorios

No hay nada intrínsecamente malo en el ser humano. La semilla de la maldad existe pero, no está incrustada en nuestros genes de manera irremediable; habría que activarla, individual y conscientemente, para que pudiera desarrollarse. Lo lamentable para nosotros es que, por los motivos que sean, su proliferación es mucho más extensa de lo que sería deseable.

La maldad actúa como la mala hierba en un cultivo; pero solo germina en terrenos ricos en egoísmo y en total ausencia de amor. 

Jean-Jacques Rousseau, hace ya algunos años, lo había dejado meridianamente claro en su obra “Emilio o De la educación” (1762). Aquello de que “El hombre es bueno por naturaleza” ha dado mucho que hablar desde entonces… y mucho que pensar; pero, evidentemente, no ha conseguido evitar la maldad. 

También había dejado, por escrito, en “Del Contrato social o Principios del derecho político” (1762) que ”El hombre nace libre y, sin embargo, donde quiera que va está encadenado”.

Y es que las contradicciones son propias de nosotros, los humanos. No somos perfectos. Decimos ser buenos, pero actuamos, en demasiadas ocasiones, con una infinita dejadez (el propio Rousseau que revolucionó la pedagogía y la política con sus escritos, sin embargo, no fue capaz de hacerse cargo de sus propios hijos y los fue entregando, conforme iban naciendo, a una institución). Decimos ser libres pero no ejercemos nuestra propia libertad y, frecuentemente, la entregamos a quienes nos hacen promesas aunque sepamos que hay muchas posibilidades de que jamás cumplan lo prometido.

La maldad puede campar a sus anchas, con suma facilidad, entre tanto humano imperfecto y contradictorio.