3. Virtuales cavernas

En unas cuantas preguntas hemos podido hacer un recorrido sumarísimo por algunos de los interrogantes clave de la humanidad, desde la prehistoria hasta nuestros días (que así se decía cuando, en edad de estudios obligatorios, llegábamos a la última parte de la Historia: la Edad Contemporánea. Después he oído que se pretendió incluir una quinta edad, que no tiene nada que ver con la tercera edad a la que algunos nos vamos acercando resignadamente, esa es otra historia; y que se pretendieron algunos nombres para distinguirla: que si la Edad Novísima, que si la Edad Espacial… La verdad es que no sé en qué quedó la cosa, y mucho me temo que, a estas alturas, eso no le importe a casi nadie. Los que dominan el mundo no necesitan tantas historias y lo que necesitan lo cogen y ya está).

Pongámonos, al hilo de lo que se viene refiriendo en las anteriores entradas, en la historia que pudo ser y no fue o, si se prefiere, en la historia que es y pudo no haber sido. Pongámonos, como ejemplo, en la historia de la utilización especializada del dedo pulgar. Utilización incomprensiblemente estancada durante milenios, en cadalso para el sacrificio de parásitos insectos; hasta que, finalmente, después de absurda espera, se llegara a la especialización superior, sin historias y sin tediosas clases teóricas; a la capacidad de escribir mensajes de texto que permiten mantenernos, de manera virtual, lo suficientemente cercanos y, a la vez, alejados, de hecho, unos de otros, ensimismados, en nuestras modernas, individuales y confortables cavernas.

Ahí quería llegar yo. A nuestras virtuales cavernas. Esas que mantienen nuestra zona de confort, y de privilegio, a salvo de intromisiones de la dura realidad. Desde las que podemos evadirnos por completo o, si lo preferimos, abrir ventanas para poder ver, desde la barrera, como se juegan la vida los que carecen de todo y solo les queda eso; lo que se juegan. Desde ellas podemos compartir, virtualmente, desde soledades y malestar hasta capacidades especiales e incluso sueños.

Lo virtual es tan poderoso en nuestras cavernas que puede eclipsar, si es que no ha sustituido ya, a lo real. Y puede darse el caso de que estemos viviendo, por una cuota mensual insignificante, en una falsa realidad de la que nunca querremos salir por muy mal que nos sintamos anímicamente. Y puede suceder que defendamos siempre a quien nos garantice que vamos a poder continuar gestionando, en nuestra propia caverna, nuestra triste realidad.

El camino está bien diseñado. Si quieres lo tomas y si no… te atienes a las consecuencias. Esa es la nueva ley que es copia de la más antigua. Igual que aquella que te exigía no salirte del camino señalado porque, de producirse desviación en lo más mínimo, serías castigado a no alcanzar la felicidad de un privilegiado destino final y eterno.

Lo que ocurre ahora es que el destino ya lo tienes; tu preciada caverna, y el castigo, de existir desviación, no se aplaza para después; el castigo es inmediato, aquí y ahora, porque serás expulsado de tu caverna y ya no podrás abrir ninguna ventana para contemplar, desde lejos, la dura realidad: ¡formarás parte de ella!

(exclusión… mendigo… mafia… valla… opresión… ilegal… traba… guerra… cuchilla… refugiado… emigrante… rechazado… paro… desprecio… inhumano… miseria… cárcel… desahucio… explotación… patera…)

A veces la encrucijada histórica sobreviene irresistible y nos agita y nos provoca…
Entonces hay que elegir: ¿Pastilla azul o pastilla roja?

Siempre quedará la opción de dejar que otros decidan… o empezar a dar pasos por un camino inexistente.

2. Y resulta que…

«El único hombre que no se equivoca es aquel que nunca hace nada»
J.W. Goethe

Los humanos, como animales, tenemos nuestros instintos y, como buenos animales, los usamos. Tenemos, además, capacidad demostrada para ejercer con dignidad nuestra parte humana en las relaciones con nuestros semejantes, sea por la parte animal sea por la parte humana. El problema se presenta cuando pretendemos olvidar una de las dos facetas de nuestro ser. Cuando nos conformamos con nuestra animalidad y, como escribió un gran poeta del 27 (*1), resulta que…
 “Ganamos, gozamos, volamos.
                    ¡Qué malestar!” …

… no conseguimos estar satisfechos con lo que tenemos.

O cuando nos olvidamos de ella, de la parte animal, y nos creemos todo inteligencia y nos consideramos lo mejor y lo único de valor que hay en este mundo y, como escribió otro gran poeta del 27 (*2), resulta que…

… “Era dueño de sí, dueño de nada.

…tampoco podemos sentirnos plenamente satisfechos.

El caso es que el que más y el que menos, alguna que otra vez, o como costumbre; ha procurado destacar una de dichas partes, o de ocultar la otra, para quedar bien delante de otros, en unos casos, o para ponerse por encima de ellos, en un absurdo alarde de superioridad; ignorante de que, al final, todos vamos a ser iguales (allá quien quiera, o pueda, creer otra cosa. En su derecho está).

Otra cosa es cuando hay mirada al espejo, cuando hay afán de introspección, cuando nos atrevemos a mirarnos bien por dentro y nos permitimos apreciar perfectamente de qué pasta estamos hechos. En ese momento sabemos que siempre podremos revertir el engaño.
Lo malo es que el abuso conduce al hábito, el hábito lleva a la dependencia en demasiadas ocasiones, y la dependencia… ¡Ay, la dependencia! La dependencia, puede resultar irreversible, sobre todo si a ella le añadimos la falta de… ya sabéis -llamémosle equis-.

(Consúltese la entrada anterior -“1. Camino inexistente”- en caso de necesitar algún tipo de aclaración sobre la mencionada “falta de…”)

Si nos ponemos a pensar… esa fatídica “falta de…” podría ser la responsable de nuestra situación actual como humanos. Esa reiterada “falta de…” pudo hacer que, en un momento determinado, no llegaran a ocurrir acontecimientos importantísimos para nuestra especie y, al suceder otros de menor profundidad y relevancia, hubo de variar el discurrir de la historia y, aquí estamos, quién sabe si totalmente distintos a lo que hubiéramos sido de no haber existido aquellas desafortunadas “faltas de…”.

¿Sería el mismo nuestro carácter, nuestras creencias e incluso nuestro auto-asignado puesto de privilegio en este mundo? ¿Cuánto tiempo habrían estado esperando nuestros ancestros hasta que consiguieron, de otros humanos, el título de “homo sapiens”? ¿Cuántas veces fueron objeto de burla y considerados, por otros humanos, animales que vivían en cavernas? ¿En qué nos benefició la evolución? ¿Mejoró o empeoró nuestra situación en el mundo? ¿Tuvo influencia en la proliferación de las guerras… de los dioses… del dinero? ¿Existió siempre un selecto grupo de decididos que asumió las decisiones? ¿Hemos llegado hasta aquí de la mano de grupos de esas características? …

*1 Jorge Guillén. “Los intranquilos”
*2 Manuel Altolaguirre. “El egoísta”

(Si quieres leer los poemas completos busca en las etiquetas de estos dos autores. Habrá algún enlace a ellos en alguna de las entradas que aparezcan)

1. Camino inexistente

No habría nada como liarse la manta a la cabeza y decidirse, pasara lo que pasara, a emprender un camino inexistente en la realidad cotidiana. Podría tratarse desde un camino jamás pensado, emprendido a la aventura, hasta un camino tantas veces imaginado que pudiera parecernos tan real como el más real de todos los caminos, pero que vamos aplazando y aplazando y aplazando…

Lo de inexistente suele venir explicado por “falta de cojones”; que es lo que, sin tapujos ni zarandajas, se ha venido denominando, de toda la vida, a la falta de determinación para afrontar algo que habría que haber abordado hace tiempo y que ya, en este momento, habría que hacer sin más demora.

Ya sé que cualquier análisis, por superficial que se hiciera, no soportaría la contundencia de dichas palabras; las cosas como son. Un análisis más profundo nos llevaría, quizás, a que la contundencia es, además de malsonante, de una parcialidad extrema e incorrecta políticamente; pero os aseguro que se trata, únicamente, de traer aquí una expresión popular ampliamente utilizada para señalar lo ya indicado, es decir, el aplazamiento de algo que ya se tenía que haber hecho.

No quisiera entrar en “asuntos de política” como elefante en una cacharreía ni, mucho menos, mencionar la palabra constitución -no sé si tendría que haberla escrito con mayúscula, es una duda que me suele ocurrir con ciertas palabras- pero con esta en concreto, al menos en España, podemos hacernos una idea de lo que es un camino inexistente.

Sí, queridos seres humanos, la “falta de cojones” parece ser que ha hecho mucho daño a la historia, sobre todo a aquella que pudo haber sido y nunca fue. Me estoy refiriendo, por supuesto, a nuestra historia, a la historia del ser humano.

También está ahí la historia de cada uno, y ahí no me meto yo; lo que le falte o le sobre a cada individuo es cosa suya y de nadie más. Eso sí, la historia del ser humano, la general, no sería nada sin las historias individuales, sobradas, justas o faltas de contundencia.

Antes de continuar tengo que advertir a las diferentes sensibilidades que puedan, libremente, adentrarse a través de estos surcos de palabras, que hoy comienzo a labrar por un camino inexistente, que son solo eso: palabras. Palabras que se vienen utilizado a través de los siglos para expresarse, que unas veces han salido victoriosas en ese empeño y, otras veces, para qué engañarse, han salido… -iba a decir que derrotadas-, pero no, mucho peor aún; ni siquiera han salido: se quedaron en la nada, como tantas y tantas naderías humanas.

No voy a seguir insistiendo en el porqué de las cosas que no pasan, o, en el mejor de los casos, en aquellas que, incomprensiblemente, se retrasan; pero déjenme que les asegure que existen, sí, que abundan, diría yo, y que abundan más de lo que cualquiera pudiera imaginar. Me atrevería a decir que lo que realmente ocurre, lo que finalmente ve la luz, se trata de lo que podríamos denominar la punta del iceberg de lo imaginado.

¡Somos así!

¿Qué se le va a hacer?

 

La historia está harta

                                             A Carmen de Burgos (1867-1932)

 

La historia está harta
de ver
que no podemos.

La historia está harta
de callar
lo que no hacemos.

Su silencio sugiere
cómo hacer
que parezca
que nos movemos.

Los silencios de tantos
son silencios impuestos
por la fuerza
de horrorosos sucesos.

La historia está harta
de esperar
que la cambien un día.

La historia está harta
de que siempre
decidan los mismos.

Su espera ya es larga
y se antoja inútil
si solo cuentan
los “-ismos”.

La historia está harta
de contar la versión
del que vence en el duelo.

La historia está harta
de olvidar
al que queda en el suelo.

Lo que otros sufrieron
no le sirve ya a nadie,
pero sirve de ejemplo
para hacernos cobardes.

La historia está harta
de contar
con el mismo destino.

La historia está harta
de que nadie se atreva
por otro camino.

El confort se hizo cargo
de dormir nuestras mentes,
de sumir nuestros sueños
en profundo letargo.

La historia está harta
de un fluir
tan amargo.

La historia está harta
del que vive sin vida,
del que pasa de largo.